miércoles, 22 de junio de 2011

Dicen ...

Dicen que las segundas partes nunca son buenas. Y quizá tengan razón, quizá es mejor dejar las cosas como están cuando están bien, cuando están en lo más alto. Y quemar los puentes. Tendrás un bonito recuerdo, eso seguro. Pero ¿y si merece la pena? Puede ser una segunda oportunidad para alguien que se equivocó con la primera. O puede ser la continuación perfecta de una historia que parecía que había terminado, la versión definitiva después del borrador. Puede ser incluso mejor que la anterior, porque has aprendido cosas, has crecido y recuerdas dónde tropezaste, puedes volver al lugar de la caída, levantarte y seguir hacia delante. Los errores de principiante ya no ocurren en las segundas partes, ni las heridas superficiales, ni el miedo a equivocarse. Y de repente, ahí la tienes, la ocasión de arreglar las cosas, de hacerlo mejor, o incluso de volver a equivocarte… ¿Y por qué no? 

La verdad, desconozco la autoría de este libro (o lo que sea), lo buscaré. Lo he encontrado en mi Facebook, en el muro de mi amiga Pitu, me ha gustado y lo comparto. No por el significado literal del texto, si no porque si lees más allá, verás que, en el fondo, se trata de perder el miedo, el miedo a vivir plenamente.

Y aquí os dejo otra reflexión, esta de Elsa Punset, de su libro: Brújula para navegantes emocionales, altamente recomendable sobre todo para los que tenemos hijos.

Cuando el teatro de las relaciones humanas se nos queda demasiado estrecho, nos ahogamos en nuestra soledad. Entonces quisiéramos romper las barreras que nos separan de los demás, pero nuestro entrenamiento de años nos lo pone muy difícil: el miedo al ridículo, al rechazo o a la incomprensión nos acota en nuestra soledad. Hemos aprendido a hablar para confundirnos, pero no para comunicarnos. De nuestros afectos disimulamos más de lo que mostramos, a veces por pudor, otras para no sentirnos vulnerables. A los demás les pasa lo mismo. Nos pasamos la vida esperando que el otro de el primer paso, pero probablemente tampoco sea capaz de darlo, porque pocas personas mantienen la capacidad de expresarse genuinamente. En la edad adulta, resulta muy difícil escapar de la expresión convencional y limitada de los sentimientos de amor y afecto. Nos censuramos automáticamente, a diario, casi sin darnos cuenta, y pagamos un alto precio a lo largo de una vida en soledad.
Queda el refugio del amor romántico. Allí aún sigue siendo aceptable regirse por motivos irracionales que escapan a la camisa de fuerza de lo aceptable. En la maraña de relaciones sociales estructuradas que nos rodean, el amor apasionado, supuestamente irracional, nos permite escapar de la prisión de nuestras mentes y tender un puente entre dos personas, sin palabras. Es un milagro frágil y efímero. Cuando ocurre, la mirada y el roce de la piel resultan mucho más elocuentes que las formas admitidas de relacionarnos socialmente. 

Y aunque ambos textos hablan de amor, os recomiendo una versión "amplia" de los mismos, leedlo cambiando las palabras amor por amistad, o por cualquier otra que os venga a la mente, os sorprenderá.

Os deseo una vida llena de cosas por hacer, de ilusión, de ganas de vivir "sin miedo", de muchos ... ¿y por qué no?. Sed felices o, al menos, intentadlo, si lo hacéis ya tendréis media batalla ganada.

Y sonreíd, sonreíd a la vida, a los amigos y a los que no lo son, sonreíd incluso a las adversidades y a quien te ponga mala cara, sonreíd siempre :)

Lisy