miércoles, 25 de noviembre de 2009

Del amor y el desengaño. Capítulo II

Marta, que ya tenía 20 años, estaba cursando una diplomatura, era abril y  como todas las vacaciones de Semana Santa y Navidad se iba a la nieve, a esquiar, con sus amigas. Ese viaje le reservaba una grata sorpresa.

En estos años, tras su decepcionante relación con Jorge había tenido un par de novios,  relaciones  de las que no voy a dar cuenta pues pasaron por su vida sin pena ni gloria.

El día de salida, a pesar de que ya había pasado por ello en varias ocasiones, Marta estaba emocionada y nerviosa como la primera vez, los autobuses esperaban en la explanada de la Avenida Aragón, junto a la plaza de Zaragoza, unos cien jóvenes aguardaban en pequeños grupos, junto con sus familias, maletas y esquíes, el momento de subir a los autobuses que les llevarían a Andorra, a Pas de la Casa. No todos se conocían al inicio del viaje, la alegría y emoción eran evidentes, a la vuelta esa alegría se tornaría cansancio y los pequeños grupos que hoy se distinguían claramente, se ampliarían con nuevas amistades.

A Marta este viaje en cuestión iba a cambiar sus siguientes cuatro años mas allá del hecho de hacer nuevos amigos.

Al llegar a Pas de la Casa, repartieron las habitaciones y Marta y sus amigas se acomodaron en la suya, dejaron las maletas y salieron a dar una vuelta, era tarde y pronto cenarían, como querían salir pronto a pistas y les quedaban cuatro días por delante, se fueron pronto a la cama.


Al día siguiente llegaron pronto a pistas, tomaron los remontes y bajaron varias veces, eran cerca de las doce y habían parado a descansar en un bar arriba en  pistas, una especie de cabaña, pequeña, de madera con una terraza diez veces más grande, con tumbonas y mesas de madera bajitas, era un día soleado, los días soleados en las terrazas de los bares de pistas, los esquiadores, sentados en cómodas hamacas, dejaban los esquíes en la entrada, se aflojaban las botas, se despojaban de sus chaquetas, algunos hasta se quedaban en maga corta y se acomodaban de cara al sol, con una bebida fresca en la mano y un cigarrillo en la otra, la brisa helada enfriaba lo que el sol iba calentando.

Una Coca Cola después y un par de cigarrillos, descansadas y con la cara roja por el sol, Marta y sus amigas se pusieron en marcha, bajando se encontraron un grupo de chicos, ya los habían visto en Valencia, pero iban en el otro autobús y no habían tenido ocasión de hablar, uno de ellos, un chico alto, moreno, de pelo corto y ojos color canela, pasaba más tiempo en el suelo que esquiando y sus compañeros lo iban dejando atrás, ya que ellos si sabían esquiar, Marta se acercó a el y le dio un par de consejos, se presentaron, y fueron bajando entre charlas, caídas y risas. Carlos, que así se llamaba el chico continuó con ella durante todo el día, sus amigos habían seguido por su cuenta y las amigas de Marta también, comieron juntos y cuando cerraron las pistas Carlos sugirió que podían quedar para cenar todos juntos.

Marta acudió a la habitación donde ya estaban sus amigas ávidas de noticias, ¿qué ha pasado? ¿como se llama? cuenta, le decían, Marta les contó y les dijo que había quedado para cenar con ellos. A las ocho en punto estaban bajo, en el hall del aparthotel, al poco llegaron ellos y se fueron a cenar, a una pizzería. Pas de la Casa es un sitio algo caótico, las calles llenas de coches aparcados a ambos lados se estrechan hasta el punto de no dejar pasar a otros coches y los autobuses se las ven y se las desean para llegar a la puerta de los hoteles; los bares, restaurantes y tiendas, llenan los huecos que quedan entre entradas a edificios de apartamentos y hoteles, las aceras, estrechas de por si, se hacen mas angostas por las terrazas de los bares y restaurantes y por los escaparates de las tiendas que se prolongan hasta la calle, lo que hace que la gente tenga que bajar de la acera y andar por la carretera, lo que a su vez, complica más si cabe el tráfico. En la pizzería, Marta se sentó al lado de Carlos, le gustaba y pensaba que podría ser correspondida. No pararon de hablar en toda la cena, era como si no hubiera nadie mas con ellos, Marta se iba haciendo ilusiones, cada vez mas fundadas. Al terminar la cena, propusieron ir a tomar algo, Andorra y sobre todo Pas de la Casa, en costumbres, es mas francesa que española y la discoteca donde fueron a tomar algo, parecía más un pseudo pub que otra cosa, pequeña, oscura, con mala música y carisima.

Pero a Marta y a Carlos no les importaba, no paraban de hablar y cuando sus amigas le dijeron que se iban, Marta se despidió de Carlos, algo contrariada pues su intención hubiera sido quedarse con Carlos, pero sus amigas no estaban muy a gusto y al día siguiente querían que madrugar. Al llegar a la habitación las amigas de Marta le dijeron:

- ¿Le has preguntado que edad tiene?
- No, ¿por qué?
- Son unos niños, tienen diecisiete años, incluso uno de ellos tiene dieciséis.
- Pues no le he preguntado, pero parece mayor.

Marta se quedó toda la noche pensando, la verdad es que  habían hablado de muchas cosas, pero de la edad no, al día siguiente habían quedado en los remontes, para subir juntos a pistas, ya que Carlos quería que Marta siguiera enseñándole a esquiar, pasaron todo el día juntos, las amigas de Marta iban por otro lado, a veces bajaban con los amigos de Carlos, a veces solas, pero se vieron todos para comer.  Por la tarde, a las cuatro y media, Carlos y Marta, se sentaron en una terraza a tomar algo y  Carlos  le cogió la mano,  a Marta le corrió un escalofrío por el cuerpo, se acercaron el uno al otro y se besaron, fue el beso mas dulce y deseado que Marta recordaba, antes de irse Marta le preguntó:

- ¿Te puedo hacer una pregunta?
Carlos esbozó una sonrisa y contestó:
- Si, claro.
- ¿Qué edad tienes?
- Diecisiete ¿y tu?
- Veinte, ¿cuando cumples los dieciocho?
Carlos volvió a sonreír.
- El catorce de marzo, ¿te preocupa?
- Hombre ... algo si.
- A mi no, y a ti tampoco te debería preocupar.
Y se volvieron a besar

Pasaron el resto de la tarde juntos, la noche y los días siguientes.

A Marta, sus amigas, le reprocharon que no pasara más tiempo con ellas, pero sobre todo lo que más le repitieron, una y otra vez, era el hecho de que Carlos tenía diecisiete años, Marta no es que le diera igual, pero no notaba la diferencia de edad, Carlos era de esos chicos que, como se suele decir, tenía la cabeza muy bien amueblada, y ella se sentía muy bien con el.

El viaje, el mejor que había hecho Marta a Andorra, llegaba a su fin y Carlos consiguió que le cambiaran de autobús, con lo que a la vuelta viajaron juntos, uno al lado del otro, entonces Carlos le dijo:

- Tengo que decirte una cosa.
Esta frase le puso los pelos de punta y Marta contuvo la respiración.

- Dime.
- Tengo novia
A Marta se le calló el mundo encima, se le hizo de noche.

- Déjame que te explique, antes de irme de viaje ya le dije que no quería seguir con ella, intenté cortar, pero ella me pidió, por favor, que nos diéramos un tiempo y yo, como me iba de viaje, le dije que si, que nos dábamos un tiempo y luego ya veríamos.
Marta empezó a ver la luz.
- ¿Y que vas a hacer?
- Ya te lo he dicho, cortar con ella.

Marta a pesar de lo que le había dicho no podía dejar de preocuparse, - ¿y si no corta con ella?, ¿y si se lo piensa mejor?-  Lo veía todo negro, la diferencia de edad, la novia que no era novia, todo.


Llegaron a Valencia y el le prometió que la llamaría, aunque Marta también le dio su teléfono, se prometió a si misma que no le iba a llamar, que esperaría a que lo hiciera el. Carlos llamó tres días después, los tres peores días de Marta en mucho tiempo.

Carlos le dijo que no le había llamado antes porque había estado con  Patricia, su novia, había cortado con ella, pero aun le seguía llamando y quería volver a verle, había ido incluso a hablar con sus padres ya que veraneaban en el mismo sitio y se conocían, pero el estaba decidido, no iba a dar marcha atrás, le dijo que necesitaba unos días más, ya que Patricia le llamaba todos los días llorando,  venía un fin de semana pero quedaron para verse el fin de semana siguiente y Marta asintió.

Aquellos días pasaron lentos, lentisimos, para Marta, sus amigas le repetía que no se preocupara, pero Marta no podía evitarlo, estaba preocupada, asustada, nerviosa, más aún por el hecho de que no volvió a saber de Carlos hasta el viernes siguiente.

Quedaron el sábado por la tarde, en una heladería, en La Cañada, donde el pasaba las vacaciones y los fines de semana, le pidió que fuera ella hasta La Cañada, ya que el se iba por la noche, con sus padres, a pasar el fin de semana, además del hecho de que Carlos no tenía carné, ni coche, ni moto.

El sábado, Marta acudió a donde le había dicho Carlos, allí estaban sus amigos, los que habían viajado con el a Andorra y otros que Marta no conocía, se sentía un poco fuera de lugar, en parte porque ella era la mayor de todos los que allí había y en parte porque sentada a la mesa con ellos estaba la hermana de la que había sido novia de Carlos, con su novio, otro amigo de Carlos a quien Marta no conocía, como había tanta gente, Marta no podía preguntarle como había quedado con el "asunto", pero suponía que si ella estaba allí, significaba que ahora ella era su novia y no la otra.

Entonces aparecieron dos chicas, en moto, se sentaron y Marta notó como la miraban de arriba a abajo, Carlos no les presentó, estuvieron un rato sentadas y al poco se fueron con el resto de chicas de la mesa, entonces Carlos le dijo,

- Esa que ha venido en Moto, la que conducía, es mi ex.

Marta entonces se compadeció de aquella pobre chica, debía haber pasado un mal rato. Aquella situación se volvería a repetir ya que Patricia era del grupo de amigos de Carlos,  aunque no por mucho tiempo. Pero Marta se sentía feliz, Carlos estaba con ella e iban a pasar cuatro años juntos estupendos con un final amargo, pero esta es una historia que deberá ser contada en otro momento.

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